¿Deben Hablar los Maestros sobre el COVID? Lecciones del Pasado

enero 24, 2022

Los maestros no están muy deseosos de abordar el tema del COVID, según sus anotaciones en Facebook. “No creo que no los lo permiten” escribió un maestro. “De ninguna forma me voy a acercar a ese tema, ya que ha sido tan politizado,” dijo otro. Entre otros comentarios que aparecieron en línea están “Qué tal no, no es nuestro trabajo” y “No lo tocaría, ni con un palo de 50 pies de largo”. El COVID ha conducido a un dilema para los maestros mientras ellos reflexionan sobre su rol en las disputas sobre la vacuna.

La decisión de vacunar o no a un niño les corresponde a sus padres. No obstante, el hogar no es el único lugar adonde los niños pueden ir en busca de respuestas a sus preguntas sobre la vacuna. Después de todo, es la función de las escuelas informar a los niños sobre el mundo que tienen a su alrededor. Entonces, ¿cuál es el rol del maestro? ¿Deben hablar los maestros a los niños sobre la vacuna, y deben instar a los niños a obtenerla?  El pensar sobre estas preguntas me llevó dos décadas en el pasado, al año que pasé como estudiante de posgrado en historia, en los archivos de Lyon, la tercera ciudad de Francia. Nunca olvidaré el polvo y moho de los archivos, ni las perspectivas que obtuve al revisar minuciosamente los antiguos registros y cartas que tenían que ver con la salud publica del siglo 19, incluyendo la inspección médica de las escuelas.

Un día, me di con una caja de registros de los 1880 que reflejaban el dilema que enfrentaban los maestros en la campaña de Lyon para darles a todos los niños la vacuna contra la viruela. En ese tiempo, la viruela causaba muchos miles de muertes cada año y dejaba desfigurados a los sobrevivientes. Pero los padres, al igual que muchos padres del presente, frecuentemente temían ver a sus niños sufrir de la vacuna o pensaban que la vacuna tendría efectos secundarios peligrosos. Por lo tanto, rechazaban a los médicos enviados por la ciudad para vacunar a los niños. Los maestros se encontraron atrapados en medio de los padres indispuestos y los médicos enojados que se quejaban de la falta de apoyo de los maestros. El resultado fue un conflicto acalorado, cuando los maestros rehusaban dejar a los médicos vacunar a sus niños sin el consentimiento de los padres.

La descripción del Dr. Jean Boyer de su experiencia en un centro preescolar nos hace visualizar la nube que solía cubrir los salones de clase con solo mencionar la vacuna. Al entrar a algunos salones de clase, el Dr. Boyer encontraba a maestros que hasta rehusaban dejar que los médicos toquen a los niños bajo su cargo sin antes decirlo a los padres. Y un director de centro preescolar, dijo Boyer enfurecido, había organizado una verdadera rebelión contra la vacuna, lo cual llevó a una pelea a gritos ante la clase. En este caso, Boyer, quien ya estaba enojado por esta afrenta a su autoridad y sabiduría, se retiró rápidamente para dejar de exponer a los niños al espectáculo de esta “discusión ridícula.”

Boyer y sus colegas principalmente echaron la culpa a los maestros por la resistencia de los niños a la vacuna. Pero los padres eran los que tomaban las decisiones, protestó F. Passard, una maestra que se encontró en la posición difícil de ser intermediaria entre los médicos enojados y los padres ansiosos. Passard había entrado en conflicto con el Dr. Charles-Amédée Carry, quien la atacó ferozmente por impedir sus intentos de vacunar a los niños bajo su cuidado.

A pesar de las acusaciones del médico, Passard manifestó que había actuado de buena fe. No solamente había anunciado la fecha de las vacunas a su clase, también había alentado a varios padres a someter a sus hijos al procedimiento. Además, Passard notó que ella, su hijo pequeño y su empleada habían recibido recientemente la vacuna. Aun así, la mayoría de sus estudiantes habían respondido al anuncio sobre las vacunas diciendo “ma mere ne veut pas,” o mi madre no quiere que reciba la vacuna, dijo Passard al alcalde de Lyon. Al defender sus acciones, Passard expresó el dilema continuo de los maestros que tratan de respetar tanto la sabiduría de la ciencia como los deseos de los padres.

Este conflicto ha continuado hasta el presente, ya que, desde hace mucho, las escuelas han sido socios importantes con las autoridades de salud pública en lograr la cobertura amplia de las vacunas. Hay un historial largo en los EEUU de utilizar las escuelas como sitios para introducir vacunas novedosas: difteria, polio y sarampión. Al trabajar en asocio con las escuelas, el gobierno pensaba que podía lograr mayor aceptación de las vacunas nuevas. Los padres a inicios del siglo veinte estaban acostumbrados a recibir información de las escuelas respecto a la salud de los niños, y confiaban en esta información, tal como lo explicó William Hallock Park, Director de la Junta de Salud para la Ciudad de Nueva York, después de haber realizado una campaña ambiciosa de vacunación en las escuelas públicas.

En 1921, Park lideró a un equipo de médicos en dar a miles de niños la prueba Schick para la difteria, e inyectarlos con una vacuna nueva. Esta experiencia le convenció que “el éxito o el fracaso en obtener el consentimiento de los niños o sus padres depende en gran medida del interés que toman el director, el director asistente y el maestro en este asunto.”

No obstante, los padres deben tener la ultima palabra en decidir si sus niños se integran al ensayo para la vacuna, respondió el Medical Liberty League (Liga de Libertad Médica) un grupo originalmente opuesto a las vacunas. “Los maestros tienen una responsabilidad moral muy seria en este asunto,” señaló la liga en 1922. “Ellos disfrutan de un grado excepcional de confianza de parte de los padres de sus alumnos. Ellos no querrán ser engañados por la propaganda de partidarios de la prueba Schick, para hacer algo que abuse de la confianza que los padres y los estudiantes tienen en ellos. Es la escuela que es pública—no el niño.”

Eso significaba trabajar en asocio con los padres, según Childhood Education (Educación de la Niñez), una revista para los maestros de niños pequeños. En 1937, hizo hincapié en esto en un artículo sobre la “Responsabilidad del Maestro por la Salud de los Niños” escrito por Hortense Hilbert, una oficial de salud pública en el Children’s Bureau (Buró para Niños) en Washington, DC. El adecuado cuidado de salud para los niños representa una combinación de intereses y responsabilidades familiares y comunitarios,” explicó Hilbert. “El hogar es el centro de la vida del niño, y los padres deciden principalmente cómo se proveerá para la salud de la familia. Sin embargo, los responsables de la educación del niño fuera del hogar deben, por necesidad, compartir el apoyo y la continuación de aquello que se provee. La mejor forma de hacer esto es en comunicación estrecha con la familia, con trabajadores de la salud familiar y con otros especialistas en el campo de la salud infantil—médicos, nutricionistas, higienistas mentales y dentistas.”

Por lo tanto, los maestros deben participar en “conferencias de salud conjuntas con un médico, cada estudiante, los padres del niño, y la enfermera de la escuela,” aconsejó Hilbert. Y los deberes de los maestros permanecieron fundamentalmente iguales casi una década más tarde cuando la epidemia del polio llegó a su pico. En 1950, el National Education Association Journal (Revista de la Asociación Nacional de Educación) publicó un artículo titulado “Si Llega el Polio,” que esbozó el rol de los maestros en la lucha nacional contra esta enfermedad. El artículo buscaba educar a los maestros sobre el polio y dirigirlos a más información para que pudieran “despejar los conceptos erróneos de la enfermedad en las clases de ciencia y en conferencias con los padres.”

Este era un abordaje suave que funcionó porque el polio era una enfermedad altamente visible y muchos de los niños infectados todavía iban a la escuela o volvían al cabo de algún tiempo. Los estudiantes y los padres sabían de primera mano qué aspecto tenía el polio. Habían visto a niños con la cojera, los músculos atrofiados y las manos temblantes que evidenciaban la enfermedad. Así que en 1954 el público de los EEUU recibió la primera vacuna contra el polio con gran alivio y alegría. Tal era el temor de los padres al polio que ellos buscaban rápidamente la vacuna Salk, sin necesidad de coerción ni convencimiento. Unas pocas voces hablaron en contra de la vacuna, pero tuvieron poca respuesta en un país ansioso de prevenir la enfermedad.

El éxito de la vacuna Salk llevó a los oficiales de salud a asumir que los padres recibirían con entusiasmo a otras vacunas nuevas. Pero la década de 1960 demostró que estaban equivocados. Las familias acostumbradas desde hace mucho a vivir con el sarampión se mostraron indiferentes hacia la nueva vacuna para esta enfermedad. Los padres de ingresos medianos y altos solían obtenerla para sus niños si es que la recomendaba el médico de la familia, pero no era recomendada por todos los médicos. Se abrió una brecha en las tasas de infección entre familias pobres y familias pudientes. Y después de que los oficiales de salud intentaran un incentivo tras otro sin resultados, recurrieron a la coerción, respaldando a políticas que hacían obligatorias las nuevas vacunas para que los niños pudieran asistir a la escuela.

Estas tendencias representaban una nueva época para la vacunación en nuestro país, una época marcada por campañas montadas para terminar la enfermedad, no solo prevenirla, y leyes sobre vacunación en las escuelas dirigidas a liberar a la sociedad de la enfermedad infecciosa prevenible. Este cambio en la agenda del país hacia las vacunas enfrentó una ola de movimientos sociales que condujeron a la gente a desacatar a la autoridad y a las fuentes tradicionales de pericia. Las mujeres rechazaron al patriarcado. Los medioambientalistas rechazaron a la industria. Los pacientes rechazaron a los médicos. Y un número creciente de padres, envalentonados por el temperamento de los tiempos, rechazaron a las vacunas requeridas.

Estas corrientes sociales persistentes condujeron al conflicto en el 2019 cuando la Ciudad de Nueva York respondió a un brote de sarampión con una orden de vacunación obligatoria contra la enfermedad. Un concejal de la ciudad dijo, “Usted tiene que ser diplomático en su forma de manifestarse. Usted no puede salir repentinamente con fuerza.” Y un hombre indignado dijo “No creo que a la ciudad le corresponde exigir nada. Todos tenemos derechos constitucionales.”

Aun así, argumentos como estos no disuadieron al Alcalde de la Ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, de exigir la la vacuna contra el COVID para todos los niños elegibles a partir del pasado diciembre. La ciudad ahora requiere que los niños entre cinco y once años de edad presenten prueba de haber recibido una dosis de una vacuna contra el COVID para comer adentro en un restaurant, ver un espectáculo, ir a un teatro de cine, o ir a una fiesta en Chuck E. Cheese o a cualquier otro lugar para diversión en interior. Además, la orden de vacuna de la Ciudad de Nueva York se aplica a muchas actividades extraescolares. Los niños mayores de cinco años deben estar vacunados para asistir a actividades extracurriculares “de alto riesgo” como tocar en la banda, los deportes, y los bailes en las escuelas públicas.

Está creciendo la presión a los padres para hacer vacunar a los niños. Y aun más padres pueden sentirse presionados ya que una vacuna para los niños menores de cinco años debe lanzarse posteriormente este año. Y ahora las escuelas están involucradas, tal como lo han sido en el pasado. Así que, ¿deben los maestros hablar con los niños sobre la vacuna, y cómo deben abordar este tema tan difícil? Un maestro de Florida opinó con una respuesta mesurada. “Yo creo que es importante que los maestros estén compartiendo información factual con sus estudiantes, y hablar de ello—pero no compartir sus opiniones personales,” dijo ella. Y la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina emitió una orientación similar. Las academias han aconsejado a las escuelas evitar sermonear a los padres que no se han hecho vacunar a si mismos ni a sus niños, y en lugar de esto “darles oportunidades para tomar una decisión nueva.”

Cuando se trata de convencer a los padres hacer vacunar a sus hijos contra el COVID, los líderes pro vacuna de las escuelas deben buscar un equilibrio entre el acoso y la persistencia. Ellos pueden resaltar las noticias sobre la aprobación federal de las vacunas, llamar atención a los brotes, y responder a mitos o desinformación. Pero de ninguna manera les corresponde desear una plaga a las familias que rechazan las vacunas. En la ausencia de mandatos de los estados, es a los padres que les toca decidir, tal como muy bien lo sabían esos maestros asediados en Lyon hace tanto tiempo. Los documentos antiguos que leí en mis días de estudios de posgrado han tomado un nuevo significado para mí mientras el COVID sigue conduciendo al conflicto. El rechazo a las vacunas no es algo nuevo—y los maestros de hoy todavía pueden recabar enseñanzas sobre esto de los maestros del pasado. Mientras más cambian las cosas, más siguen iguales, como lo demuestra la historia. O como a los franceses les gusta decir, plus ça change, plus c’est la même chose.

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